Frunciendo el ceño, atesoró toda la determinación que le quedaba y cuando llegaban al final del puente grió a sus compañeros para que se detuviesen a cerrar la puerta. No le harían caso, seguirían corriendo presas del miedo, era lo más lógico.
Pero algo debía haber cambiado en su voz, pues tras un pequeño instante de confusión los hombre se afanaron en cerrar las enormes puertas. El se detuvo a una buena distancia de la puerta y con voz clara y serena les gritó.
¡Defended la puerta a toda costa! ¡Enviad a alguien a por refuerzos!
¡Pero no pueden ser heridos con nuestras armas! ¡Nos masacrarán!
Yo os demostraré que sí pueden ser heridos...
Atónitos, los soldados observaron como la horda de monstruosidades entraba en el puente y, sin importarles aquellos de los suyos que se despeñaban, se precipitaron hacia el oficial. Éste, con una firmeza increíble, sacó su cuchillo y lo clavó en el ojo del primero de ellos. El aullido del ser, así como su cuerpo y el del soldado quedaron sepultados por la estampida de los monstruos.
Pero eso era suficiente, todos lo habian visto desde las troneras que coronaban la puerta ahora cerrada, uno habia gritado de dolor. Ya no había miedo en sus ojos, sino determinacón, inspiración. El grito fue innecesario, pero fue proferido por todos ellos como un homenaje a su salvador, al Caballero.
¡FUEGO!
martes, 2 de octubre de 2007
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